"Cómo estar contento conmigo mismo si soy tímido, y me cuesta hablar con la gente?"
Tal pudiera ser el argumento de todos los jóvenes. Incluso de los jóvenes cristianos.
La pubertad y la adolescencia es la edad de los cambios y de los mayores conflictos. El remanso de la niñez se rompe con la violencia de una cascada en los albores de la segunda década de vida.
El joven se siente extraño en su propio cuerpo. Los movimientos le resultan torpes, y las reacciones, inesperadas. Las emociones se desgranan; los sentimientos, desconciertan; los pensamientos vuelan lejos; la voluntad se abre en mil posibilidades que lo sumen, muchas veces, en la irresolución. Los padres, y aún él mismo, se exigen más; pero las responsabilidades entregadas no siempre van acordes con su capacidad de responder a ellas. Por lo tanto, hay fracasos.
También hay falta de discernimiento y propensión a ser engañado. Fácilmente pueden construir castillos en el aire, que fácilmente también caen.
¿Qué decir de la apariencia? No hay adolescente que se sienta conforme con ella. Cada nuevo rasgo que se perfila parece ser una deformación de sí mismo, y cuesta mucho disimularlo.
Pero entonces, ¿cómo puede el adolescente cristiano estar contento consigo mismo? ¿O es que tendrá que arrastrar el mismo sinsabor que los demás?
DIOS TE FORMÓ EN LAS ENTRAÑAS DE TU MADRE
David le dice al Señor: "Tú me hiciste en el vientre de mi madre ... estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado ... Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas" (Salmo 139:13-16). David pudo ver que nada de lo suyo era extraño a Dios; antes bien, todas las cosas que conformaban su ser habían sido diseñadas por Él.
David alcanzó el conocimiento que puede hacer sabios a los hombres: el saber que Dios lo amó desde el principio y lo creó tal como era. Si una persona se ve a sí misma unida desde antes de su nacimiento al Dios de amor, entonces desaparecen muchas de las incertezas de su vida.
¿Puedes ver a Dios creándote en el vientre de tu madre, siguiendo "el pauteo" que estaba escrito en su libro, para cada rasgo tuyo? ¿Puedes ver a Dios decidiendo cómo sería cada rincón de tu alma y de tu cuerpo?… Aún lo más pequeño, incluso aquello que suele ser para ti objeto de vergüenza. En cada facultad de tu ser se esconde un designio de Dios, una razón de ser, algo que tiene una explicación en Dios.
Seguramente no estás conforme con tus defectos. Pero ¿y si Dios los hubiese dejado en ti para mostrar por medio de ellos su gracia, su amor, su paciencia? Tal vez, si no los tuvieras, querrías ir por las pasarelas del mundo, exhibiendo la riqueza de tu personalidad y la perfección de tu cuerpo, como hacen muchos, para perdición de sus almas. Teniéndolos, te acercas al Señor para hallar plena satisfacción en Él. Recuerda que fuimos creados para no hallar satisfacción plena sino en Dios.
Todas las cosas que fueron formadas en ti estaban escritas en el libro de Dios. ¿Cómo podrías ahora rebelarte contra aquello que Él decidió, en su amor, antes de la fundación del mundo para ti?
Por otro lado, Dios quiere que tú ames y honres a tus padres. Hay lazos que te unen a tus padres --no sólo espirituales-- sino aun síquicos y biológicos, que te ayudarán a amarlos. Al ver en ti mismo cómo los rasgos de ellos se van desplegando día tras día, año tras año, tendrás más motivos para amarlos. Porque, si bien tú eres diferente a todos los demás que pisan este planeta, en muchos aspectos ¡eres casi una réplica de tus progenitores! Es ese un vínculo que nunca se podrá romper.
Dios te ama tal como eres (con defectos y virtudes) ¿cómo podría no amarte, si Él te hizo así?
Dios te ama pese a lo que eres (tal vez con más defectos que virtudes). Ninguno de tus defectos puede sorprender al Señor. Antes bien, Él mismo quiere que los veas para que reconozcas cuánta necesidad tienes de Él.
Si asumes de verdad que Dios te formó y te ama profundamente, y que espera formar en ti a su precioso Hijo, que es el Hombre perfecto (Romanos 8:29), entonces habrás encontrado las mejores razones para estar contento contigo mismo.
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