Lucas era el médico amado a quien el Apóstol Pablo se refiere en su carta a los Colosenses, capítulo 4, versículo 14, donde dice: “Os saluda Lucas el médico amado, y Demas”.
Es saber que debo ser fuerte ante el paciente, sin ser rudo; amable, sin debilidad; seguro de mí mismo, sin ser arrogante; agradecido, sin ser servil; realista sin ser cruel o agresivo, para poder llevar consuelo en su sufrimiento.
Es jamás olvidar que la materia prima de mi trabajo, son seres humanos, que como tal, merecen y esperan ser tratados por mí… sin olvidar que desearé el mismo trato, el día que yo me encuentre en la posición de paciente.
El médico debe ser, una persona que, con el ejemplo del Médico Divino, Jesucristo, sienta “compasión por las multitudes”… que sus manos, también sean un toque de cariño, de consuelo, de confianza y apoyo.
Que se adiestre cada día más en el arte de escuchar, no sólo latidos y respiraciones, sino también lo que el paciente le confía sobre su dolor y temores… porque más que ver carnets, citas, órdenes, números o enfermos, es importante pedir a Dios, compasión, empatía y sabiduría para poder “ver” el alma, pues detrás de la fachada, de las actitudes, de las palabras… está un ser destrozado, angustiado, sufriendo… gritando “¡Socorro!”, aunque en silencio. También, es necesario implorar a Dios, a través de Cristo, la cualidad de aceptar y respetar a cada uno, con sus alegrías, sus defectos y virtudes, su vileza y su grandeza. Como Jesús Médico, amar como Él amó. Anteponer a los conocimientos, el amor que Cristo me pide para todos… quizá porque esa sea una de las principales enfermedades de la humanidad: el desamor.
Ser médico es un don divino; una oportunidad de ser instrumento de Su consuelo y amor a los necesitados… no la desaprovechemos.
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