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Juan y Andrés comenzaron su compromiso espiritual con la voluntad de Dios como discípulos de Juan el Bautista. De hecho, ellos habían realmente estado de pie junto al profeta cuando Jesús pasó. Cuando el Bautista vio a Jesús, clamó, “¡He aquí el Cordero de Dios!”  (Juan 1:35-37). 
Esta ha sido una profunda narración.  Es el testimonio manuscrito de Juan sobre como el llego al Hijo de Dios. Aun así, Juan tenía verdades más profundas que revelar más allá de este histórico relato. El va asimismo a revelar que es lo que por encima de todo debemos cada uno de nosotros buscar cuando venimos a Cristo. 
Tomemos el relato. Ambos discípulos, habiendo escuchado y creído en la proclamación mesiánica de Juan acerca de Jesús, están ahora caminando, quizá apresuradamente, para alcanzar a Jesús. Su conversación se puede escuchar.

Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras?     Les dijo: Venid y ved. —Juan 1:38-39 RV 60


Hay muchas razones por las cuales alguien viene a Cristo. Podemos buscarlo por asuntos de salud o para obtener prosperidad. Quizá necesitamos liberación o tenemos carga por un ser querido. Aun así, tal como el Señor le pregunto a Juan y a Andrés, así El nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿que estas buscando en la vida? ¿Qué metas te impulsan?  Al acercamos a la estación final de nuestras vidas, las cosas que hemos adquirido ¿serán transferibles a cuentas eternas? ¿O habremos agotado nuestro tiempo y energía en lo que carece de verdadera vida? 
Jesús pregunta, “¿Que buscáis?” Es una pregunta muy importante. El Señor anhela que hagamos inventario de nuestras pasiones y objetivos, y luego que tracemos un plan hacia valores celestiales.  Vea, muchos dicen que aman a Jesús. Lo que quieren decir es que, en su debido tiempo, esperan encontrar tiempo para amar a Jesús. Sin embargo, ahora mismo, apenas Lo conocen y casi nunca pasan tiempo buscándole.
La prueba de que lo amamos es que guardamos Sus mandamientos. (Juan 14:15). ¿Que ha de pensar El cuándo tantos quienes decimos que lo amamos, estamos, de hecho, no amándolo sino teniendo en realidad una aventura amorosa con este mundo? Tenga Dios misericordia.
Aun así, esta no es su situación. A pesar de sus defectos y debilidades, usted sinceramente desea tener más de Dios. Usted ha salido fuera de las dificultades de su pasado, determinado a caminar más cerca del Señor. Ciertamente, Cristo ve este deseo santo y, para El, es la parte más preciosa de usted. 
El corazón del Señor se conmueve asimismo hacia aquellos que Le siguen, aunque puedan caminar rengueando.  Para aquellos heridos por la injusticia o los efectos del pecado, la promesa del Señor permanece fiel: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare”  Sin duda, El traerá a victoria la justicia que le debe (Isa. 42:3; Mat. 12:20).
Como Juan y Andrés, nosotros, también,   contemplamos “el Cordero de Dios.”  Al igual que les pregunto a ellos, así nos pregunta a nosotros, “¿Que buscáis?”

La Morada de Cristo
A la luz de la investigadora pregunta de Cristo, la respuesta de los discípulos puede parecer extraña. Porque ellos no le pidieron mayor poder o uno de Sus muchos dones espirituales. En cambio, ellos preguntaron a Jesús algo más personal, e intimo: “¿Donde moras Tu?”



Me gustaría que consideráramos la profundidad de su pregunta. Ellos querían saber donde vivía Jesús.  Hay veces cuando una pregunta trasciende los simples límites de la curiosidad intelectual y realmente revela lo que alguien busca en la vida. Tal es ahora el caso: ellos están procurando vivir con Jesús. Están buscando la morada de Dios.
 
Nuestro Padre quiere que pidamos por dones espirituales y bendiciones especiales de salud o prosperidad financiera. Anhelar estas cosas no está mal; simplemente no es suficiente.  Dentro del corazón de aquel quien busca a Dios hay una búsqueda por más.  Estamos buscando “la morada” de Dios. En verdad, nuestros corazones han sido divinamente programados. Están dentro de nosotros  “los caminos a Sion” (Salmo 84).
Nuestro destino es nada menos que el llegar a ser uno con Cristo.  Todo fruto proviene de vivir en unión espiritual con Jesús. Por el contrario, cualquier cosa que ofrecemos como servicio a Dios que no es el resultado de nuestra unión con Cristo, es trabajo en vano; es un consuelo pobre.  Porque separados de El, nada podemos hacer.
Juan nos dice en su primera carta que aquellos quienes dicen que permanecen en El deben andar “como El anduvo” (1 Juan 2:6). Permanecer en Jesús lleva a caminar como Jesús.
Amado, ¡hay todavía mucho que aprender y descubrir respecto a nuestro Señor! Debemos ser conscientes de complacencia espiritual. Recuerde la oración de Moisés: Al final de su vida – luego de haber sido usado por Dios para confrontar y derrotar a los dioses de Egipto, luego de morar en la gloria del Señor y contemplar milagro tras milagro durante cuarenta años – Moisés oró, “tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa” (Deut. 3:24).
¿Has comenzado? No importa cuánto alcancemos, no importa cuanta revelación de la gloria de Dios poseamos, solamente hemos comenzado a ver Su gloria.
Los discípulos contestaron astutamente, “¿Rabí, donde moras?” Sea esta también nuestra oración: ¿Dónde moras, Oh Hijo de Dios? ¿Dónde está Tu morada?  A todos quienes sientan de manera similar, Cristo nos dice lo que les prometió a ellos: “Venid y Ved.”
Querido Maestro, me vuelvo a Ti ahora. Tú eres la mayor meta de mi vida. Anhelo vivir contigo, para permanecer en la maravilla de una vida en unidad contigo.





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