Cómodo (180-193): Este emperador era disoluto, tímido, pero desconfiado y cruel; no obstante, su actitud para con el Cristianismo fue más favorable que la de sus antecesores gracias a la influencia de Marcia, su concubina favorita, quien simpatizaba bastante con los cristianos; pero sin llegar a convertirse (por lo menos en lo que conocemos), a causa del compromiso inmoral que tenía con el emperador.
Séptimo-Severo (193-211): Este gobernante no decretó nuevas leyes contra los cristianos, pero exigió el fiel cumplimiento de las que ya existían. Durante su reinado sufrieron el martirio Perpetua y otros cristianos de África, según un famoso documento que nos ha sido legado. El obispo Clemente de Alejandría escribiendo sobre las persecuciones de esta época dice: «Muchos mártires están siendo quemados, crucificados y degollados diariamente ante nuestros ojos». En el año 202 y 203 el mismo Clemente fue obligado a abandonar su puesto para huir de la persecución, y el padre de Orígenes fue llevado al suplicio.
Caracalla y Heliogábalo (211-222): El primero, aunque de odiosa memoria (211-217), no persiguió a los cristianos de un modo especial. El sirio Heliogábalo (218-222) que se nombró a sí mismo sumo sacerdote de Baal-Peor, procuró amalgamar el Cristianismo con los abominables cultos de aquella divinidad, cuya locura no llegó a realizarse.
Alejandro-Severo (222-235): Este noble emperador era bastante propicio al Cristianismo. Su madre aprendió de Orígenes, el gran teólogo cristiano, los verdaderos principios de la fe cristiana y así los cristianos pudieron gozar de un período de paz que les permitió incluso edificar templos. El mismo emperador, hizo colocar en el templo de su palacio imperial, la imagen de Cristo, juntamente con las estatuas de Abraham, Orfeo y Apolonio de Tiana.
Decio-Trajano (249-251): Este soldado italiano llevado al trono por el ejército consideró que el mejor medio de asegurar la unidad y estabilidad del Imperio era rehabilitar la religión del Estado, que se veía mermada por los avances del Cristianismo, por lo cual decretó que todos los cristianos debían participar en los ritos y ceremonias paganas y ello trajo una terrible persecución. La Iglesia que gozaba por entonces de gran prosperidad, debida a la tolerancia de Alejandro Severo, no estaba preparada para la prueba. Denys, obispo de Alejandría describe el efecto producido en aquella ciudad por el terrible decreto, del cual dice: «Nos sumergió a todos en la mayor consternación». Varios de los miembros más distinguidos de las iglesias fueron los primeros en someterse. Unos por propio temor o empujados por los parientes y amigos se presentaron a cumplir el decreto. De los que fueron presos hubo, empero, un buen número que permanecieron firmes como benditas columnas del Señor, como veremos más adelante.
Galo (251-253): Corto fue el período de paz que siguió a la muerte de Decio. El motivo que encendió la persecución fue una peste, y el hambre producida por una larga sequía. El emperador, esperando obtener de los dioses el término de aquellas calamidades nacionales, ordenó a todos los ciudadanos que ofrecieran sacrificios.
Los cristianos tuvieron una nueva oportunidad de mostrar la eficacia de la fe, con motivo de la peste. El obispo Denys, de Alejandría, escribe: «Los fieles, sin preocuparse del peligro que corrían, visitaban y cuidaban a los enfermos. ¿Que se morían algunos? Con sus manos los levantaban, los apoyaban contra sus pechos y les cerraban los ojos y la boca; después los acostaban suavemente y los enterraban. Si después les atacaba el mal alegremente se disponían a seguir a aquellos que les habían precedido y recibían a su vez de los hermanos la misma ayuda que ellos habían prestado a otros. En cambio, la generalidad de los paganos abandonaban a sus enfermos en medio de la calle porque no teniendo la esperanza de los cristianos de la vida eterna temían la muerte. Cipriano exhorta a cuidar a todos los enfermos sin distinción, glosando las palabras de Cristo: «Si solamente cuidamos de nuestros hermanos no hacemos más que lo que hace un pagano o un publicano. Ha llegado la hora de que por la caridad triunfemos por encima de todos nuestros enemigos».
Valeriano (253-260): En los comienzos de su reinado fue bastante benévolo para con los que profesaban la fe cristiana, pero la ocurrencia de calamidades públicas le llevó a publicar un edicto más sanguinario aún que el de Decio. Fue en este período que sufrieron el martirio Cipriano, obispo de Cartago; Sixto, obispo de Roma y muchos otros cristianos, como veremos en la sección correspondiente. También muchos templos fueron derribados.
Galiano (260-268): Este fue totalmente diferente de su antecesor, pues favoreció a los cristianos hasta el fin de su reinado. Hizo regresar a los desterrados, restauró los templos y prohibió las persecuciones. Esto dio un tiempo de respiro a los cristianos, que aprovecharon bien para organizar y consolidar las iglesias. Desgraciadamente, junto con este progreso entró en la Iglesia el mundanalismo. Ya que era tan fácil entonces hacerse cristiano sin temor a las persecuciones, muchos lo hicieron sin ser regenerados, y ello debilitó la Iglesia para la próxima y final persecución sangrienta que les aguardaba.
Diocleciano (280-305): Se supone que era esclavo de origen, pero fue elevado al trono por el ejército que admiraba sus proezas militares Era tan bárbaro que no pudieron impedir la persecución que decretó, ni su esposa Prisca ni su hija Valeria, ambas cristianas. Comenzó publicando un decreto que obligaba a todos los soldados a sacrificar a los ídolos. Habiéndose incendiado su palacio de Nicodemia, dos veces, culpó a los cristianos, del mismo modo como lo hiciera Nerón con el incendio de Roma por él mismo provocado. Otro decreto posterior ordenaba la destrucción de todos los templos cristianos, quemar todas las copias de los costosos códices, hechos a mano, de las Sagradas Escrituras. Debíase degradar a los oficiales y empleados del gobierno que fuesen conocidos como cristianos, y encarcelar a los que se negaban a sacrificar a los ídolos. Este edicto publicado en enero del año 303 fue seguido de otro contra los obispos, que en aquel tiempo eran ya millares.
Constantino (306-337): Hijo del gobernador de Bretaña, las Galias e Hispania (o sea, lo que hoy comprende Francia y España desde el canal de la Mancha al Mediterráneo), protegió a los cristianos de los últimos edictos persecutorios, siguiendo la misma política que su padre cuando llegó a emperador.
Siéndolo, empero, tan solamente como emperador asociado, no pudo evitar las persecuciones de Maximiliano que gobernaba el imperio en Oriente. Cuando finalmente derrotó a su rival Majencio abrazó el Cristianismo, se hizo prácticamente el protector y árbitro de la religión cristiana. Este suceso marcó un cambio radical en la posición del Cristianismo dentro del Imperio Romano.
Constancio I y II (337-377): Hijos de Constantino, se portaron de un modo indigno de la educación cristiana recibida, teniendo en prisión por algún tiempo a su primo Juliano, con lo que prepararon la reacción de este, su rival y sucesor.
Juliano (377-379): Sobrino de Constantino, se salvó de la gran matanza hecha por los soldados revolucionados contra la familia de su tío gracias a la influencia de un obispo cristiano; pero en lugar de agradecérselo se dedicó a leer de escondidas libros paganos. Enemigo acérrimo de su primo Constancio II a quien derrotó y sucedió, declaróse hostil al Cristianismo. Restauró los templos y el sacerdocio pagano, y copió costumbres cristianas, como la predicación y el canto de himnos, ordenando hacerlo en los templos paganos en honor de los dioses. Muerto en batalla contra los persas, se dice que sus últimas palabras fueron: «Venciste, Galileo».
Teodosio (379-395): En sus días el Cristianismo se hizo definitivamente oficial. Muchos obispos incitaron al pueblo a asaltar los templos paganos. Estos trataron de defenderse; pero careciendo de la tenacidad y fe profunda que caracterizó a los cristianos de tiempos anteriores cuando las cosas eran al revés, el paganismo fue vencido. Sin embargo continuó, virtualmente, por su infiltración en el seno de las iglesias cristianas a causa de las conversiones falsas de quienes aceptaban el Cristianismo para estar al día y complacer a las autoridades; pero muchos de estos paganos cristianizados, echando de menos muchas costumbres de su antigua religión, como el agua bendita, el incienso, la adoración de imágenes, la confesión privada, el purgatorio, etc., contribuyeron a introducir dichas costumbres y enseñanzas en el cristianismo nominal, dando lugar a las protestas de los iconoclastas, y sobre todo al gran movimiento evangélico de los Paulicianos, que se extendió y perduró, prácticamente, hasta la Reforma.
La invasión de los bárbaros (323-360): Por muchos años había sido difícil a los ejércitos de Roma contener a las tribus germanas que vivían al otro lado del Danubio y el Rhin. Estas gentes era semi-bárbaras, ya que no poseían lengua escrita; eran, empero, valientes y fuertes físicamente, más que las decadentes legiones romanas y codiciaban las ricas tierras del sur y sus hermosas ciudades. La vida estable y el arte acumulado en ellas les atraían y seducían. Los emperadores romanos que necesitaban fortificar su ejército permitieron que las tribus germanas (godos y visigodos) atravesasen los ríos que les habían servido de frontera y se estableciesen de forma pacífica en sus territorios menos poblados de Tracia y Misia (375-376) ya que estas tribus estaban a su vez siendo acosadas por los hunos, más bárbaros aún, procedentes de Rusia.
El Imperio romano había sido dividido por Constantino en dos partes, occidental y oriental, gobernadas desde las capitales de Constantinopla, en el Bósforo, y Rávena en Italia. Cuando el ejército romano fue derrotado en el norte de Italia, Roma quedó prácticamente en manos del obispo de aquella capital, la cual tuvo que abrir por fin sus puertas al invasor norteño en el año 476. Los pueblos germánicos se extendieron por el imperio. Los francos se apoderaron de las Galias, a las que dieron su nombre, Francia.
Los godos invadieron España, los vándalos cruzando el Mediterráneo se extendieron por el norte de África y las islas de dicho mar.
Los invasores fueron ganados pronto para la fe cristiana, atraídos por la seguridad con que hablaban los obispos y fieles de las iglesias acerca de los hechos históricos del Cristianismo y las grandes promesas de Cristo para después de la muerte.
Todavía la Iglesia poseía fervor misionero y pronto se pensó en llevar el conocimiento del Evangelio a los países de origen de los nuevos gobernantes, o sea el norte de Alemania, Escandinavia y Rusia.
Desde aquí, en vez de seguir la historia por los nombres de los reyes, lo que sería difícil dada la diversidad de naciones de que tenemos que ocuparnos, vamos a hacerlo por naciones y por movimientos renovadores hasta el período de la Reforma.
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